Marcelo Perea interpreta los mejores tangos argentinos
El 4 de marzo de 1913, Gustav Holst estrenaba en el London´s old Queen´s Hall su magnífica obra "The Cloud Messenger" ante poco más de 30 personas. Hacia el final de la presentación sólo quedaban unos diez. Ante la hermosura de esta composición quienes amamos la música nos preguntamos hoy cómo es posible que un pueblo relativamente "culto" no haya podido apreciarla en su momento. Ocurre, sin embargo, sistemáticamente y a lo largo de los tiempos. El rechazo de "La Ronda Nocturna" -una de las mayores obras de Rembrandt- por el ayuntamiento, de las pinturas de Van Gogh, quien no logró vender prácticamente ningún cuadro hasta su muerte, son únicamente dos de los centenares de ejemplos conocidos. Generalmente la "cultura" es una apariencia en vastos sectores, que se limitan a aprobar públicamente lo que "la opinión autorizada" ha refrendado (generalmente sostenida, igualmente, en una tradición anterior).
Por suerte no ocurre lo mismo con Marcelo Perea, magnífico compositor y pianista argentino, quien ya tiene su público aquí. Aunque según nuestro criterio, este público debería ser muchísimo más numeroso, y el conocimiento de sus grabaciones tener difusión constante. Cosa que no ocurre hoy. Apenas es posible obtener sus discos en las casas de música, abarrotadas en cambio de grabaciones pasatistas.
Su último disco -que recrea los mejores tangos argentinos- presenta a un creador en la madurez de su carrera. Técnico disciplinado, este pianista demuestra poseer dedos y muñecas de fuerza y flexibilidad notables, pero siempre moderados con delicadeza. Sus fortissimos más contundentes jamás son ruidosos. Su virtuosismo exquisito puede pasar a segundo plano a veces, debido al encanto de los arreglos y la refinada concentración con que el autor aborda sus interpretaciones. Pero difícilmente va a escapar esta cualidad necesaria a un oído ejercitado.
Hace unos diez años que este músico singular ha comenzado a encantar a los melómanos argentinos con sus ediciones musicales y sus presentaciones, tanto en teatros como en escenarios abiertos, ante centenares de personas. Con valentía ha elegido el folclore argentino como la base natural de sus composiciones y arreglos. Hoy se abre camino pausadamente pero con seguridad en la gran música hispanoamericana, agregando hallazgos y riqueza artística con cada edición de sus obras.
Este nuevo CD donde aborda los mejores tangos argentinos, hace pensar que no habíamos escuchado con atención algunos de ellos, pese a haber sido grabados antes por grandes orquestas. Es que el talento del artista consiste precisamente en eso: no en la innovación absoluta -que sería incomprensible- sino en la recreación original. Creemos que esta edición impecable de los tangos argentinos, interpretados por Marcelo Perea, constituyen una adquisición imprescindible para las colecciones que se consideren como ambiciosas. [Comentario: Julio Carreras (h)]
Cuentos
La luz
José Luis D´Amato
En Orgonón, planeta de cinco lunas de la constelación de Acuario, pudimos gozar de uno de los espectáculos más hermosos de todo nuestro viaje: cuando hacen el amor, los habitantes de Orgonón se iluminan.
No se trata de una luminosidad repentina y fugaz, sino que va naciendo de a poco, apenas el macho se encuentra con la hembra. Primero se iluminan los ojos y, en seguida, el resto del cuerpo empieza a cambiar de color en forma radial a partir del sexo, como una gota de tinta en un papel secante. Cuando se abrazan, se inicia un tenue chisporroteo por toda la piel. Leve, cadencioso, con un ritmo preciso y casi musical. A medida que se hace más intenso el roce de las pieles, los cuerpos se parecen cada vez más a dos lamparitas eléctricas o a dos luciérnagas. Lentamente el chisporroteo deja lugar a una luminosidad continua y difusa que llega a su máximo esplendor en la culminación del acto.
Es maravilloso, por las noches, ver las ventanas de las casas, las calles y los parques iluminados por el amor.
En Orgonón, desgraciadamente, sus habitantes no pueden apreciar estos espectáculos, pues ellos son ciegos a los colores situados por debajo del ultravioleta. En este sentido -y sólo en este sentido- los orgónicos son parecidos a nosotros, los terráqueos, que tampoco somos capaces de gozar de los espléndidos tornasolados infrarrojos de nuestros cuerpos amándose.
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